jueves, 28 de mayo de 2009

El Centro Cultural Sarao como primera intromisión de subversión en Guayaquil


Fue permanente y constante nuestra inquietud de presentar “Sólo en el Tango” en Guayaquil. La discusión sobre lo apropiado de hacer una obra tan subversiva en una ciudad tan restrictiva y condicionante del arte nos inquietaba más aún al saber que ese espacio iba a ser posible de la mano de la invitación de Fundación Yerbabuena a participar del Encuentro Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales de las Mujeres y que referentes culturales de otras ciudades habrían de estar allí.
Era un día particularmente caluroso. Una semana de ensayos previos en Quito no fue suficiente para compensar varios desajustes derivados de las condiciones climáticas. Una tanguera usa medias nylon para bailar, es parte de su construcción estética, mas, en ciudades como Guayaquil ubicadas a cero metros sobre el nivel del mar, ninguna mujer usa medias nylon y menos cuando estas son tipo panty. El vestido alicrado y al cuerpo, los mitones de rojísima pasión, no permitían el libre, lento y suave roce de la piel mucho más apropiado y sutil en un clima templado y frío, artilugios que Marisú usa en su primer y mejor contacto con su “piel de transgresión”.
Las chaquiras golpeábanse entre sí durante los ensayos previos y cual cortinillas de café de arrabal, se caían o enredaban a propósito y con cualquier pretexto: el paso del viento, la comunión de los cuerpos, la fuerza de un gancho y la ambigüedad de un molinete. Los pies hinchados por el calor veíanse particularmente más grandes sobre los finos zapatos de tacón, esas finas representaciones del poder…
Comenzamos a tiempo. El piso particularmente hostil se mostraba mojado ya no por el calor de la media tarde sino por el devaneo de las casi cien almas que nos presenciaban. Los espacios pequeños, otrora amables y comprensivos a los temores y nervios de los actores que no lo son, confabulaban al punto de retarnos a mantener la posición de media punta y verticalidad próxima, cual bramido de bandoneón reta a dos cuerpos a quedarse quietos.
De pronto las luces se apagan. Un cenital de luz de luna nos daba la pauta para iniciar con lo nuestro, para olvidar los nervios, sentir el silencio sepulcral de esa cuarta pared copada de latidos, de respiros, de expectación…

Elena se toca, se reconoce
Bernardo se descascara, se desacurruca
Por fin despiertan
Es hora de atender la milonga
De poner música y bailarla.
Es hora de tanguear… de tanguear como ninguna

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